Desde que nos levantamos por la mañana y empezamos a hacer nuestros quehaceres diarios, entramos en la rueda de nuestra rutina y nuestras quejas.
Parece que nos gusta encontrar al culpable de nuestras pequeñas o grandes desgracias diarias.
Si el niño se mancha desayunando es culpa de su hermana, que sin querer le ha empujado...
Si llegamos tarde al trabajo, es culpa del maldito trafico de todos los días, o del autobús que sé esta retrasando...
Si volvemos cansados y de mal humor a casa, es culpa del estúpido jefe que tengo que aguantar o de todo el trabajo que he tenido.
Si no tengo ganas de hacer caso a mis hijos es culpa de lo cansado que estoy...
Si no soy cariñoso con mi pareja es porque me tiene harto o harta de cómo me trata...
Si mi pareja se enfada conmigo o le noto distante es porque es poco comunicativo...
Si no me llega el dinero a fin de mes es por culpa del euro...
Podríamos escribir listas infinitas con frases como estas, donde no paramos de quejarnos y por supuesto, no paramos de jugar a buscar al culpable de nuestros problemas, insatisfacciones, vacíos existenciales, enfados, o cualquier otro sentimiento que nos haga sentirnos mal.
La culpa es una pelota, que cuando jugamos a tirárnosla, a ninguno nos gusta quedárnosla cuando nos la lanzan, así que rápidamente buscamos la forma de devolverla a quien nos la tiro o algún otro que tengamos a mano, para quitárnosla de encima.
En realidad el juego de la culpa puede convertirse en las relaciones humanas, en un juego sin final, donde únicamente conseguimos gastar energías en sentirnos lo menos culpables posible y donde en realidad, no nos ponemos a buscar soluciones reales de las situaciones que de verdad, puedan estar haciéndonos daños personales.
Alguien culpable seria, alguien que con intención de hacerte daño viene a pisarte, pero si la misma persona te pisa sin querer, aunque te haya hecho el mismo daño, no la podemos considerar culpable, ha sido mas bien un accidente, sin intención.
Cuando nos pasamos toda la vida buscando culpables a nuestros problemas, nos estamos perdiendo la oportunidad de poder pararnos a pensar, que me esta pasando a mí con esta situación o esta persona, y como podría cambiar yo algo, para que la situación cambiase.
Esta pregunta es impensable, si lo valoramos pensando, que si el otro no tiene la culpa entonces la tendría yo, y este es el motivo por el que preferimos devolver la pelota. Seria mas positivo, valorar los problemas, no desde la culpa. Si no buscando donde esta el error, y que puedo hacer para solucionarlo.
Es más fácil establecer una comunicación entre dos personas para buscar soluciones, hablando de errores, que buscando acusaciones y culpables.
A demás vivir desde el juego de la culpa, nos paraliza, a la hora de poder actuar, ya que ante la posibilidad de poder sentirnos culpables por algo en lo que nos equivoquemos o no consigamos, preferimos no actuar, o no elegir. Así evitamos el doloroso sentimiento de culpa.
Pero el no actuar, a demás de paralizarnos y no permitirnos avanzar, se termina traduciendo en miedo a vivir, en miedo a tener enfermedades, en miedos a salir a la calle, en definitiva en miedo a ser nosotros, como si el poder ser como verdaderamente somos estuviera mal o fuésemos malos.
Tendríamos que partir, de que todos estamos aprendiendo, que lo normal es equivocarse mientras aprendemos, y que cuando nos equivocamos, aunque podamos haber hecho daño a alguien, no tiene mas importancia, si desde la humildad pedimos perdón, porque no era nuestra intención dañar a nadie.
Él ultimo aspecto importante, es que aprendamos a distinguir, cuantas veces en nuestra vida nos culpan de cosas que realmente, no hemos hecho mal.
Si nuestras decisiones o lo que somos y hacemos, en un momento dado son criticadas o no comprendidas por algunas personas, y nos culpan de cuanto las hacemos sufrir. No significa automáticamente, que de verdad lo estemos haciendo mal, ya que seria bueno que entendiéramos, que puede que no tengan capacidad de comprendernos en este momento, o que simplemente, ellos son de otra forma, pero sin entrar en juicios de mejor o peor.
Responsabilizarnos de lo que hacemos, en nuestro beneficio y crecimiento como personas para ser más felices, no te convierte en ningún egoísta culpable.
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