Creo que se puede decir que la danza, como la música, a la que está intrínsecamente unida, es una expresión universal y ancestral que forma parte de nuestro ser primitivo y animal.
Cada persona debe buscar expresiones externas armónicas con su yo interno. En esa búsqueda me dí cuenta de que si me dejaba llevar por el ritmo de la percusión, por la que siempre me he sentido atraída, conseguía alcanzar una sensación de libertad, plenitud y poder que difícilmente me producía otro tipo de actividades físicas.
Y como la simbiosis entre mente y cuerpo es evidente, resulta que la práctica de esta danza influye también en la manera de sentirte, en tu ánimo y disposición ante la vida, contigo misma y en tus relaciones sociales.
El baile de los ritmos africanos te une a la tierra al mismo tiempo que te eleva hacia el cielo. Es decir, entras en comunicación con la naturaleza y consigues sacar y canalizar esa fuerza que hay dentro de tí y que posiblemente ni siquiera fueras consciente de ella.
Al principio pueden resultar frustrante.
No estás acostumbrada a controlar esa nueva combinación de movimientos de cada una de las partes de tu cuerpo. Todo él interviene y no es fácil de asimilar.
Sin embargo, si no te desanimas y continúas, llega un momento en el que llegas a desinhibirte de tal manera que son ellos los que se desprenden espontáneamente de tí.
Empiezas a creer que no será únicamente una cuestión de raza, que no sólo la negritud puede hacerlo. ¿O será que tenemos algo de ella? De hecho, ahora me siento más unida a África y siento más ganas de conocer y entender esa tierra y sus gentes. De bailar con ellos y sentir, al menos por unos instantes, que existe la esperanza de que podamos vivir juntos y en armonía los habitantes de esta Tierra.
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