índice de cuentos, leyendas y tradiciones
Aquella tarde, Aníbal caminaba por las calles de Bangkok como un turista más, como uno de los muchos que se pueden ver pasear por esta ciudad.
Ya sólo le quedaban unas horas de estancia en Tailandia, puesto que al día siguiente muy temprano debería tomar el avión para retornar a su país.
Había visitado durante dos semanas lugares que le habían resultado interesantes y no había podido resistirse, al igual que otros turistas, a comprar diversos objetos que posiblemente adornarían su casa, dormirían en una caja, o irían a parar a la casa de algún amigo.
Sentía una cierta pena por tener que irse, pero sus obligaciones no le permitían permanecer allí más tiempo.
Pero no estaba triste, más bien podríamos decir que se sentía feliz y afortunado por haber podido cumplir el sueño que había estado albergando durante varios años.
Caminando sin rumbo fijo por Chakrawat, en la zona denominada como China Town, pasó junto a un escaparate, en el que vio algunos objetos que llamaron su atención.
- ¡Ya he comprado demasiadas cosas! No sé como voy a poder meter en las maletas todo lo que he comprado. - pensó. Y decidió pasar de largo. Pero apenas había recorrido unos pocos metros, cuando cambió de opinión.
- ¡No pasa nada por mirar! ¡No compraré nada! - se dijo, y dio media vuelta y volvió para poder mirar con detalle los objetos que había en el escaparate.
Ciertamente eran interesantes (o al menos a él se lo parecían). Se fijó en algunas joyas que parecían de plata, juegos de té, estatuillas que parecían bailar, tocar instrumentos, etc. sin saber por qué miró hacia el interior de la tienda. Vio estanterías repletas de objetos, vestidos, telas y cuadros colgados de las paredes. Después de unos segundos se dio cuenta de que muchos de aquellos objetos no eran tailandeses, sino chinos... Estaba pensando en ello cuando al girar la vista se encontró con una joven mujer china que le miraba sonriendo desde el interior de la tienda.
El, por cortesía, también sonrió. La mujer se acercó a la puerta y le sugirió:
- ¡Pase, pase! Dentro puede ver muchas cosas. Tómese el tiempo que necesite. Tenemos muchas cosas bonitas que puede llevar a su país.
Sin saber decir que no ante la extrema amabilidad de la mujer, entró en la tienda.
- Muchas gracias, pero ya he comprado muchas cosas - se disculpó. - De todas formas miraré. Su tienda es muy bonita.
- Mire con tranquilidad. Si desea algo, avíseme. - dijo la mujer y se dirigió a atender a una pareja joven, aparentemente americanos, que acababan de entrar.
Aníbal no pudo dejar de mirar a la mujer mientras se alejaba.
Volvió la vista para ver si encontraba algo que comprar. Y se encontró con la mirada de otra persona, un hombre chino del que resultaría difícil decir la edad, pero que era evidentemente un anciano.
- ¡Es muy bonita! - dijo el anciano.
- ¿Qué? - preguntó Aníbal desconcertado.
- ¡Es muy bonita...! ¡Mi hija, es muy bonita! - repitió y señaló hacia donde estaba ella.
- ¡Oh, sí! ¡Es muy guapa!
- ¡Todos los turistas se fijan en ella!
Aníbal estaba algo incómodo con esa situación y no entendía el sentido de aquella observación. Así que preguntó:
- ¿Cuánto cuesta aquel cuadro? - y señaló hacia uno cualquiera.
- ¿Cuál? ¿Aquel de los pájaros?
- Sí, ese - asintió a pesar de que el anciano había señalado a otro.
- ¿Por qué le interesa ese cuadro? - preguntó el anciano.
Esa pregunta aumentó el desconcierto de Aníbal. Y dijo lo primero que se le ocurrió.
- Porque es bonito. Los pájaros están muy bien dibujados. Y... además los colores son muy vivos.
- ¿Quiere comprarlo?
- Bueno, no lo sé... - y apresuradamente continuó - Voy a seguir mirando un poco más si no le molesta.
- El cliente nunca molesta - dijo el anciano mientras le sonreía.
Aquella sonrisa franca, le calmó. Todavía no sabía por qué se había puesto tan nervioso. Bueno... quizá sí.
Mirando los cuadros que colgaban de una de las paredes, vio una tela rectangular que tenía dibujado algo, pero que no podía distinguir muy bien desde donde estaba.
-¿Puedo ver esa tela? - preguntó señalando claramente hacia ella.
- ¿Está interesado en ella? - volvió a preguntar el anciano.
- Si, por supuesto.
- ¿Por qué está interesado precisamente en esa tela?
Aníbal empezaba a dudar de la salud mental de aquel anciano chino. ¿Por qué cada vez que manifestaba interés por algo, le preguntaba si estaba interesado?
- Se lo pregunto porque esa tela no tiene ningún dibujo - dijo el anciano sin que Aníbal hubiera dicho nada.
- Me pareció ver algún dibujo desde allí, pero es cierto, desde aquí no se ve nada...
Aníbal estaba convencido de que había visto algo, pero pensó que sería algún reflejo.
- Es una tela mágica. Pero no está en venta - dijo el anciano sonriendo.
Aníbal pensó que aquel anciano bromeaba o que simplemente deseaba venderle aquella tela. Decidió seguirle la corriente:
- ¿En qué consiste la magia de esta tela?
- No se lo puedo decir, pero cada persona ve en ella algo distinto.
- Si eso debe ser - bromeó Aníbal - yo mismo ya he visto dos cosas diferentes. Algo desde allí y nada desde aquí. Debe ser magia.
El anciano cambió de expresión. Parecía enfadado.
- No he querido ofenderle - dijo Aníbal para calmar la tensión.
- Usted piensa que este chino no sabe lo que dice... Bien, se lo demostraré.
- No es necesario - dijo Aníbal que se sentía cada vez más extraño. Aquel anciano le inquietaba, pero no sabía por qué, puesto que parecía más bien inofensivo.
- ¿Desea comprar algo? - Interrumpió la mujer china que ya había terminado de atender a la pareja americana.
- Su padre quiere mostrarme esa tela.
- ¡Ah, bien! Le debe haber caído usted muy bien, si desea enseñársela. Es una tela mágica, pero no está en venta. Pertenece a mi padre desde hace más de treinta años.
Ahora sí que Anibal estaba convencido de que aquel padre y su hija deseaban engañarle.
- ¿Por qué no me enseñan en qué consiste la magia de la tela? Saben, muchos occidentales no creemos en la magia...
- Es cierto, los occidentales no conocen bien la magia. - asintió la mujer.
El anciano descolgó la tela de la pared y le pidió a Aníbal que le siguiera hasta la trastienda.
- Padre, yo me quedo aquí para atender a los clientes - dijo la joven.
Una vez que Aníbal y el anciano estuvieron en la tienda este extendió la tela delante de él y le preguntó:
- ¿Qué dibujo ve en la tela?
Aníbal miró a la tela y respondió:
- Ninguno, sólo veo la tela, pero no tiene ningún dibujo.
- Muy bien - dijo el anciano.
Y encendió un potente foco. Volvió a extender la tela delante Aníbal, de forma que la potente luz del foco pudiese atravesarla.
- ¿Qué dibujo ve ahora? - volvió a preguntar el anciano.
Y como si de auténtica magia se tratase, Aníbal vio un dibujo dentro de la tela.
- Sí, veo un dibujo. No está muy claro... ¿Cuál es el truco? Seguro que tiene dibujado algo detrás.
El anciano insistió.
- ¿Qué dibujo ve? Detrás no hay nada pintado, luego se lo mostraré.
- Veo... sí, veo una mujer. Tiene las formas de una mujer china... Diría que se parece a su hija...
- Justo lo que pensaba. Muy bien - Enrolló la tela y apagó el foco. Y prosiguió:
- Ya ha visto la magia de la tela.
Aníbal sentía que aquel anciano le estaba engañando.
- Déjeme ver la tela. Si me gusta se la compraré - mintió para intentar conseguir examinarla.
- Ya le he dicho que la tela no está en venta. De todos modos no tengo ningún inconveniente en enseñársela.
Y permitió que Aníbal la examinara.
Aníbal estaba convencido de que al mirar el revés de la tela encontraría un dibujo. Pero su sorpresa fue grande cuando comprobó que la tela tampoco estaba pintada por ese lado.
- Es muy curioso. ¿Dónde está el dibujo? ¿En el interior de la tela? ¿Puedo verla otra vez?
- No, no puede verla otra vez. Ya la ha visto.
- Insisto, deseo verla. Se la compraré. Esta vez Aníbal no mentía. Pensaba que el truco, fuera cual fuera, resultaba fascinante.
El anciano le dijo:
- No hay ningún truco. Pero no puede verla de nuevo, ya la ha visto. Y no está en venta, ya se lo he dicho varias veces.
Aníbal seguía sin entender toda aquella situación, pero sentía una gran curiosidad por aquella tela y su "magia". Estaba llegando a pensar que de verdad ese hombre no quería venderla.
- Si no desea venderla, ¿por qué la tiene expuesta en su tienda?
- No está expuesta para la venta. Sólo está colgada en la pared.
- No pensará que me voy a creer que todo lo que tiene colgado en la pared no es para vender.
- No me importa lo que usted crea. Me he equivocado al enseñársela. No debería haberlo hecho.
- ¿De verdad que no quiere vender la tela? Le pagaría bien por ella.
- Sé que lo haría. Usted piensa que yo estoy tratando de venderle la tela con un engaño, pero no es cierto. La tela no está en venta. Es muy especial para mí.
Aquellas palabras sonaron ciertas en el corazón de Aníbal, que empezó a cuestionarse por qué tenía que presionar a aquel hombre de esa forma. Si no deseaba venderla, estaba en su derecho.
- Lo siento, señor. Creo que es cierto lo que dice. Le pido disculpas por haber insistido tanto. Nunca he visto algo así y sentía mucha curiosidad. Pero creo que me he sobrepasado.
- No tiene importancia. Usted parece un buen hombre - dijo el anciano - Yo me he equivocado al enseñársela. Eso es todo.
- Creo que lo mejor es que me vaya - dijo Aníbal.
- Si, creo que es lo mejor.
- Una última pregunta, si me lo permite.
- Si, puede usted hacerla.
- ¿Es cierto que cada persona ve algo distinto?
- No debería responderle a esa pregunta, pero sí, cada persona ve algo distinto.
- ¿Y tiene algún significado? Quiero decir, si cada persona ve algo diferente ¿no es posible que de alguna forma algún significado, algún mensaje que transmitir, un cierto sentido?
Al anciano le sorprendió esta reflexión. Esto le animó a no interrumpir por el momento la conversación:
- Lo que ve cada persona tiene que ver con su interior...
- Ahora entiendo por qué vi la mujer china... la sonrisa de su hija me deslumbró. Pero durante un instante me pareció ver algo más, la silueta de un hombre ¿qué puede significar?
El anciano pareció recobrar repentinamente interés por la conversación.
- ¿Un hombre? ¿Cómo era? ¿Era anciano, joven, tenía cabello, era occidental?
- ¿Por qué le interesa tanto? No lo sé, fue sólo un instante. Enseguida apareció la otra imagen.
- Acompáñeme de nuevo a la trastienda, debe ver la tela de nuevo.
- No entiendo nada. Me dice que no desea enseñarme la tela y de repente sí. ¿Qué es lo que ha cambiado? ¿Qué he dicho?
El anciano no respondió.
La mujer china, aunque desde una respetuosa distancia y un no menos respetuoso silencio, seguía toda la escena con interés.
Sonrió y dirigiéndose a su padre dijo:
- Tenía la impresión de que este extranjero....
- ¡Calla! Todavía no lo sabemos...
Aníbal estaba cada vez más perplejo por todo aquello y estas palabras que cruzaron padre e hija le inquietaron aún más.
- No tiene nada que temer, - dijo el anciano - Somos buena gente.
Por tercera vez, Aníbal tuvo la impresión de que aquel anciano de alguna forma, conocía sus pensamientos.
Volvieron a la trastienda, el anciano encendió el foco y desplegó la tela ante de Aníbal...
Durante el viaje de vuelta a Italia y, debido a las nueve horas que debía estar en el reducido espacio del avión, Aníbal pudo repasar varias veces la escena del día anterior en la tienda y especialmente en la trastienda de aquel anciano chino y su hija.
Recordaba lo ocurrido y no sabía qué pensar sobre aquello. La perspectiva sobre su monótona pero tranquila y segura vida, había cambiado radicalmente. No podía poner en duda lo que había visto, aunque tenía sus reservas sobre lo que el hombre chino le había contado después de ver la tela por segunda vez en la trastienda. ¿Le habían gastado una broma? ¿Le habían engañado? ¿Era posible que fuese real lo que había oído? Estas preguntas y otras muchas formaban parte del constante esfuerzo por comprender...
En todo caso suponiendo que todo fuese real ¿Qué sería de su vida? ¿Cuál sería su futuro? Lo único que sabía a ciencia cierta era que disponía de treinta días para pensar... todo un mes para reflexionar y tomar una decisión sobre el resto de su vida.
Rememoró lo sucedido en la trastienda.
Al entrar por segunda vez, Aníbal estaba desconcertado y recelaba de todo, incluso sentía escalofríos, aunque no miedo. El anciano chino estaba nervioso, con cierta ansiedad. Aún así recuperó la calma antes de colocar la tela delante del foco y se presentó:
- Mis amigos me llaman Lao Chang, tengo ochenta y ocho años y nací en Pekín. He vivido en diez países antes de venir a Tailandia. He tenido dos esposas que murieron hace ya mucho tiempo. Vivo aquí desde hace treinta años. Mi hija tiene también treinta años... ¡Ah! Ya sé lo que piensa ¿cómo un hombre de tanta edad tiene una hija tan joven? María es mi hija adoptiva. Su padre era inglés y su madre china. Fueron las primeras personas que conocí cuando vine a vivir a Bangkok. Ellos murieron en un accidente... Bueno quizá después le cuente otras cosas.
Aníbal de nuevo no sabía qué decir, así que decidió presentarse también:
- Me llamo Aníbal y....
El anciano le interrumpió:
Ya, ya sé eres del norte de Italia y tienes treinta y cinco años. Tu vida es tranquila y cómoda... ya, ya hablaremos luego.
Tampoco en esta ocasión Aníbal supo cómo responder. La sorpresa se lo impedía.
- Bien, - dijo el anciano - vamos a ver la tela. - Encendió el foco y colocó la tela delante de él. - ¿Qué es lo que ves?
- Estoy muy nervioso. Se supone que tengo que ver algo. Me siento igual que en el último examen de mi carrera... Querría acertar y ver lo que usted espera.
- Yo no espero que veas nada en particular, sólo que me digas lo que ves - corrigió el anciano.
- Bien. Veo una sonrisa preciosa... Bueno... sé que usted espera que vea algo diferente a lo que vi hace unos minutos.
- Por favor, sólo observa, elimina de ti todo ese nerviosismo, no hay nada que acertar, sólo mira, mira en el interior de la tela mágica... deja que la magia llegue hasta tu interior.
- Ahora ya no veo nada, sólo la tela y la luz que casi ciega mis ojos. - dijo Aníbal con desánimo.
- No sé por qué, pero creo que puedes verlo. Pon más atención.
- Señor, yo no quiero defraudarle, pero ahora no veo nada.
- Bien, prueba esto. Trata de recordar la otra imagen, la que viste primero. Intenta recordarla y trata de proyectarla sobre la tela.
- Lo siento, cuanto más lo intento, peor. Creo que nunca veré nada más.
De pronto la cara de Aníbal cambió de expresión.
- Sí, veo algo. Veo una casa y un paisaje. Hay un señor que está saliendo de la casa. Parece un chino, un anciano chino.... Antes vi a su hija y ahora a usted - bromeó.
- Pon más atención - ordenó el viejo con vehemencia.
- No, no es usted. Es una anciano chino, pero no es usted. Esta cara me resulta familiar, como si ya la hubiera visto... ¿dónde la he visto? ¡Ah, ya sé! La he visto en su tienda, usted tiene en una pared de su tienda un retrato de este señor pintado con trazos negros.... ¿Es eso lo que tenía que ver? ¿He acertado?
Miró hacia el anciano y vio que éste estaba profundamente emocionado. El hombre que había llegado a intimidarle y hacerle sentir confuso y nervioso, estaba tan conmovido que una lágrima caía de cada uno de sus ojos.
Eran lágrimas perfectas... lágrimas que recorrían su rostro hacia abajo, marcando con nitidez el camino que habían seguido.
- ¿Qué le pasa? ¿Se encuentra bien?
Antes de que el anciano pudiera responderle, oyó una voz conocida a su espalda.
- Padre, desde que vi a este extranjero supe que era él.
- Si. - Fue lo único que dijo el anciano. Enrolló la tela, cogió una pequeña caja de madera alargada y la guardó dentro.
- Ya no hace falta exponerla más. - Dijo la mujer china.
Su padre asintió con la cabeza.
Cuando Aníbal recordaba esta escena se estremecía. Ahora en el avión, sentado, inmóvil, con los ojos cerrados se sentía conmovido, casi tanto como lo estuvo el anciano. Durante la noche anterior había recordado en la habitación de su hotel esta escena tantas veces, que no podría decir cuántas habían sido. En toda la noche no había conseguido dormir ni un minuto.
Pero las explicaciones que recibió sobre la tela, su historia, lo que se esperaba de él, etc. eran todavía mucho más enigmáticas e inquietantes.
La mujer china, María, cerró la tienda y pidió a Aníbal que permaneciera con ellos en la trastienda. Su padre le explicaría todo lo necesario.
Aníbal sentía todavía mucha desconfianza y no sabía qué significaba todo aquello. Principalmente por curiosidad decidió quedarse y escuchar lo que el anciano tuviera que decirle.
- ¿Quieres un té, Aníbal? Preguntó María con familiaridad y su bella sonrisa. - Padre voy a preparar el té.
Aníbal pensó que aquella mujer debía tener un oído muy fino. El solamente había pronunciado su nombre una vez y ella no estaba presente o ¿quizá sí? Aníbal tenía cada vez más preguntas y menos respuestas. Sin embargo no se sentía en peligro, sólo inquieto y ansioso por recibir alguna información.
Cuando María hubo preparado y servido el té, los tres se sentaron alrededor de una pequeña mesa circular. En anciano Lao Chang, repuesto ya de la emoción y recuperando su habitual tono firme y seguro, comenzó a contar la historia de la tela...
Lo primero que salió de la boca del anciano fue una petición:
- Por favor, por muy extraño que te parezca cualquier cosa que te cuente, no me interrumpas, déjame hablar hasta que termine.
Y comenzó a relatar su historia y la de la tela mágica:
- Como te dije, vine a Tailandia hace algo más de treinta años. Había pasado en mi vida por muchas penurias, hambre, necesidades, guerras... Siempre había conseguido salir adelante, pero nunca pude vivir con tranquilidad por demasiado tiempo.
Cuando llegué a este país era completamente distinto a como se ve ahora... pero eso es otra historia. Tenía algo de dinero y en lugar de buscar trabajo, intenté hacer pequeños negocios comprando cosas en un sitio para venderlas después en otro. No me fue mal, pero sufrí un robo y la pérdida de casi todo mi dinero, el dinero que tanto esfuerzo me había costado ahorrar, volvió a ser un nuevo golpe en mi vida. Hay que tener en cuenta que yo ya tenía cincuenta y siete años... Ya entonces me sentía como un anciano.
Tuve que buscar trabajo... Bueno no quiero aburrirte con los detalles. Fue entonces cuando conocí a los padres de María. Como te dije su padre era inglés y su madre, china. Tiene la belleza de su madre y el carácter agradable y bondadoso de su padre...
Trabajé para ellos durante varios meses. Me trataban bien y me pagaban cada semana puntualmente y siempre algo más de lo convenido. Al principio me pareció extraño ¿por qué estas personas son tan amables conmigo si casi no me conocen? ¿Por qué me pagan más de lo que me pagarían en otro lugar y siempre más de lo que deberían? Me hice preguntas de este tipo muchas veces, hasta que un día, después de varios meses, no pude menos que preguntarles.
No me respondieron, o al menos con una respuesta directa. Walt, así se llamaba el padre de María, me sonrió con compasión e hizo una reflexión en voz alta. Tienen que haberte tratado muy mal para que te sorprendas de que alguien lo haga con humanidad.
Esa palabra "humanidad" estuvo dándome vueltas en la cabeza desde ese día. Incluso en la actualidad de vez en cuando viene a mi mente sin ser llamada.
Hice una gran amistad con ellos. Walt y yo hablábamos mucho. El me ayudó a comprender la auténtica naturaleza de los seres humanos e incluso la mía, mi propia forma de ser, mis posibilidades, las habilidades que tenía y que no había sabido reconocer, y también mis defectos, aquello que debería pulir si realmente tenía el deseo de mejorar.
Un día estando en su casa, me propuso hacer negocios para él. Me dio dinero y me dijo que fuera a otra ciudad a comprarle telas. El comerciaba con muchas mercancías. Le pregunté por qué confiaba en mi. Podría marcharme con el dinero y no regresar. El sonriendo me dijo que podía hacerlo si lo deseaba, pero que en ningún sitio estaría como allí.
Antes de partir me dio un consejo. "Ten en cuenta que para poder vender bien, primero hay que comprar bien". Quizá no necesitaba esa lección, pero le escuché.
Durante seis meses estuve comprando y vendiendo para él. De los beneficios que obteníamos me daba el cincuenta por ciento. Yo me hubiera conformado con un diez, e incluso con un cinco. Pero él era así.
Creo que te estoy contando mi vida y no te hablo de la tela... Perdóname.
El tenía una tela en su casa, colgada en una pared del salón. A veces venían amigos suyos y él hacía la magia. Les enseñaba la tela con una suave luz detrás, ellos le decían lo que veían y él les aconsejaba sobre decisiones importantes o sobre su futuro.
Nunca asistí a ninguna de esas reuniones. Pero en varias ocasiones, sí pude ver las caras de las personas cuando las abandonaban. Unos marchaban preocupados, pensativos, otros alegres, contentos. Nadie se iba indiferente. Y todos volvían al cabo de unos días o de algunas semanas con un regalo y con un profundo agradecimiento.
Un día, casi en broma, Walt me preguntó por qué no estaba interesado en mi futuro, si acaso no me preocupaba. Yo le respondí que desde que le conocí, nunca volví a sentir miedo o angustia. Y además ahora tenía algún dinero y estaba a punto de comprar una casa...
Aún así, casi sin saber por qué me vi delante de aquella tela, como tú hoy. Al principio vi mi vida pasada, mi pasado poco venturoso. Pero se lo oculté, no le dije nada de aquello. Después vi... - el anciano volvió a emocionarse - ... vi al anciano que tu viste. Y se lo dije sin darle ninguna importancia... "He visto un anciano chino, se parece al de un retrato que tienes con trazos negros".
Walt se quedó mudo. Poco días después supe por qué. Estuvo casi una semana sin hablarme. No estaba enfadado, solo ensimismado, como preocupado y no deseaba hablar con nadie.
No te lo he dicho pero tres meses antes de aquello nació María. Ellos estaban muy contentos, la habían estado esperando durante años y por fin había llegado... Le pusieron ese nombre porque Walt tenía un especial aprecio por una anciana de origen hispano que había conocido años atrás, de la que te hablaré después.
Debo seguir con el relato. Unos diez días después de que viera al anciano en la tela mágica, Walt me habló sobre ella y lo que me dijo me sorprendió tanto como te va a sorprender a ti.
La tela tiene más de dos mil años. En todo este tiempo ha pertenecido a más de cien personas. O debería decir más bien que ha sido cuidada por ellos. Nadie sabe su origen, sólo que es del oeste de China. Esta tela debe ser cuidada con respeto, pero no debe ser encerrada, sino estar a la vista.
Cada persona que la cuida debe ser de corazón limpio. Aunque esto no es un problema... la tela elige por quien desea ser cuidada. A cambio da al que la cuida suerte, seguridad y algunos otros dones que él mismo debe saber descubrir.
A Walt se la cedió una mujer ecuatoriana que la cuidó por casi cincuenta años. Se llamaba María. Ella le apreciaba tanto que le pidió que si algún día tenía una hija le pusiera su nombre.
Ahora te toca a ti, tú debes cuidar de la tela, si es ese tu deseo.
Aníbal escuchó todo el relato con atención, pero ahora estaba lleno de dudas. No sabía que se esperaba de él, incluso dudaba que todo aquello fuese cierto. Tal vez el anciano lo creyera, pero ¿qué significaba todo aquello?
- Señor Chang. Estoy seguro de que usted cree todo lo que me dice. Incluso a mí me gustaría poder creer esta historia tan fantástica, tan mágica. Pero debe tener en cuenta que tengo una vida en Italia. Apenas he estado aquí quince días y mañana me voy, dentro de unas pocas horas cogeré un avión y volveré a mi país. Además suponiendo que todo esto sea cierto ¿cómo sabe que debo ser yo quien cuide de esa tela?
- Cuidar de la tela - respondió el anciano - no es un deber, es sólo un privilegio que se te ofrece, un compromiso que no te creará ningún problema y que te reportará solamente beneficios.
- Bien, suponiendo que aceptase, - "Debo estar volviéndome loco por decir esto", pensó Aníbal - ¿a qué me compromete? ¿Cuáles son las reglas? ¿Cuál es el precio que debo pagar por este, que usted ha denominado, privilegio?
- Sólo hay tres reglas. Debes cuidar que la tela no sufra daño alguno, aunque eso difícilmente sucederá. Y debes tenerla expuesta para que su próximo cuidador pueda verla y reconocerla.
- Eso son sólo dos. ¿Cuál es la tercera?
- No debes retenerla, si alguien ve en ella al anciano que tú mismo vistes, entonces debes cedérsela, pues es la tela la que le ha elegido. Tan sólo si esta persona rehusa el compromiso, en ese caso sí debes retenerla. Aunque creo que nunca ha sucedido.
- Creo que esta vez sí va a suceder. No estoy seguro de querer vincular mi vida a esta tela mágica, que usted considera casi inteligente.
- Tienes derecho a dudar. Todos lo hicimos en su momento. Pero en tu caso, en estas circunstancias, hay algo más. Existe otro compromiso que no tiene nada que ver con la tela. Este compromiso es personal y estás en tu derecho de aceptarlo o no. Sin embargo quiero que sepas que lo que te voy a pedir es importante para mí, para María y también para ti. No puedo garantizarte que pueda ayudarte o perjudicarte, ni siquiera yo sé qué efecto tendrá sobre tu vida.
- A ver si lo entiendo. Me ha dicho que si me comprometo a cuidar de la tela mágica todo me irá bien.
- Así es - dijo el anciano.
- Y además desea pedirme algo personal, algo que no sabe si aceptaré, pero que desearía que lo hiciese, y si embargo no sabe qué efecto tendrá sobre mi vida, que podría tanto beneficiarme como perjudicarme...
- Si, eso es, lo has entendido bien.
- ¿Y por qué piensa que si acepto el primer compromiso que va a ser positivo para mi vida voy a aceptar este otro que nada tiene que ver con la tela? No lo entiendo. ¿Por qué debería aceptarlo?
- Porque eres una buena persona. Si la tela te ha escogido, eres una persona con el corazón limpio y justo eso es lo que necesito.
- Bien, veamos qué es lo que quiere, dígamelo. No puedo imaginarlo. Si todo le ha ido bien en la vida desde que cuida de la tela mágica, no entiendo qué es lo que puede necesitar.
- María por favor - dijo el anciano dirigiéndose hacia su hija - ve a casa y prepara la cena. Yo enseguida iré.
María sonrió a su padre y luego a Aníbal y le dijo:
- Es una pena que te vayas mañana, pero estoy segura de que regresarás. No sé lo que mi padre va a pedirte, pero escúchale con respeto y cariño. Gracias.
Una vez que María abandonó la tienda el anciano se dispuso a revelar a Aníbal qué es lo que esperaba de él...
- Aníbal, voy a intentar ser lo más directo y claro que pueda, pero debes tener en cuenta que tan sólo nos conocemos desde hace un par de horas. Además provenimos de culturas distintas, tenemos edades muy diferentes y nuestras formas de pensamiento también lo son.
- Por favor dígame lo que desea proponerme. Hable abiertamente, que yo le escucharé con atención.
- Mira, desde que la Tela Mágica entró en mi vida he vivido bien. He pasado dificultades como cualquier persona, pero todas se solucionaron. En estos últimos años, sólo he tenido una preocupación...
El anciano suspiró y prosiguió:
- Se trata de María...
Aníbal se sorprendió.
- Parecen ustedes felices. ¿Cuál es el problema?
- No existe ningún problema, al menos en el presente. Yo ya soy anciano, me quedan quizá dos o tres años de vida, quizá tan sólo meses. Pero María, ¿qué será de María ahora que ya no dispondrá de la protección de la que disfrutábamos? ¿Qué pasará cuando yo desaparezca? Yo estaba pensando que si ahora vas a ser tú el cuidador de la tela mágica, quizá María estaría bien contigo. Es educada, amable, de buen carácter... Bueno tu ya la has visto.
- ¿Qué es lo que intenta decirme?
- Ya sé que siendo un occidental, esto te resultará extraño.
- ¿Quiere usted decir que si fuese chino como usted, no me resultaría absurdo lo que me está sugiriendo? ¿Cree realmente eso?
- Nuestros antepasados durante muchos siglos concertaron la boda de sus hijos. Los compromisos entre familias se acordaban muchas veces cuando aún eran niños.
- Bien, como usted mismo reconoce, eso es de su cultura y además incluso en oriente ya no se practica demasiado por lo que yo sé. Las personas ahora prefieren enamorarse...
El anciano no quiso que la conversación se desviara a otro tema distinto del de su interés.
- No vamos a discutir por ello ahora. Yo entiendo que para ti es difícil entender esta situación. No quiero que te sientas obligado a tomar una decisión en este momento.
Aníbal hizo un ademán de querer decir algo, pero el anciano le interrumpió antes de que pudiera empezar.
- Por favor, déjame hablar. Sólo te pido eso. Escucha mi proposición y luego decide como quieras.
- Bien le escucharé, Señor Chang.
- Aníbal, no me considero un hombre demasiado rico. Poseo cuatro apartamentos aquí en Bangkok. En uno de ellos, cerca de aquí, vivimos María y yo. Los otras tres están alquilados y percibo por ellos una buena renta. Además tengo varios terrenos en diferentes zonas de este país. Estos terrenos se cultivan y recibo cada año la mitad de lo que producen. También tenemos esta tienda que, aunque humilde, vende mucho, puesto que está en una zona donde son frecuentes los turistas. En los bancos tengo una buena suma. Más o menos calculo que mi patrimonio puede llegar en la actualidad a ser de casi millón y medio de dólares.
El anciano miró fijamente a los ojos de Aníbal, que ya no podía sorprenderse más, y prosiguió:
- Puede parecerte que soy un hombre rico por lo que poseo, pero en este momento me siento pobre... pobre e indefenso puesto que no puedo comprar un futuro para María.
Aníbal no pudo resistir la tentación de intervenir:
- María podría vivir bien con el patrimonio que poseen. Parece inteligente y estoy seguro de que podría manejarse bien en cualquier negocio.
- No estoy preocupado por el futuro económico de María. Pero reflexiona un poco, a lo largo de mi vida he conocido muchas personas: ricas, de clase media y pobres, yo mismo he pertenecido a las tres clases. He visto personas ricas felices y personas ricas muy desgraciadas en un porcentaje similar a las de las otras clases sociales. El dinero ni da ni quita la felicidad, es la calidad humana la que hace a las personas felices. María es inteligente, pero ingenua, puesto que nunca ha tenido dificultades. Siempre la he protegido. Por otra parte, ha tenido pretendientes, pero siempre los rechazó. No sé bien por qué, pero presumo que ella no ha querido comprometerse para poder cuidar de mí.
- ¿Qué es lo que desea exactamente de mí? - Preguntó Aníbal.
- Ahora que vas a cuidar de la Tela Mágica, me gustaría que considerases la posibilidad de conocer a María. Estoy convencido de que haréis una buena pareja. Creo que podrías venir a vivir aquí a Bangkok, yo te ayudaría con el permiso de residencia y te cedería uno de los apartamentos provisionalmente.
- Señor Chang, con todos los respetos. Hace dos horas no le conocía a usted ni a María. No sabía nada de la Tela Mágica, es más, no sabía que pudiera existir tal cosa. Usted me cuenta una extraña historia sobre ella y me dice que yo debo ser el próximo que la cuide, que la Tela Mágica me ha elegido. Por último me sugiere que debo establecer una relación afectiva estable con su hija. ¿Cree que voy a aceptar? Además ¿está ella de acuerdo en lo que me está proponiendo? ¿Es que ella no tiene nada que decir con respecto a esto?
- Mi hija no sabe nada y tú no debes decírselo. - Respondió tajante el anciano chino.
- Mire Señor Chang, toda esta historia mágica es muy bonita, pero yo tengo una vida en Italia. Tengo un empleo estable, una casa, una hipoteca, tengo familiares, amigos, etc. Simplemente no puedo aceptar lo que me propone. Todo esto es demasiado extraño y precipitado para mí.
- Aníbal, no estás enfocando esta situación adecuadamente. Tanto cuidar de la Tela Mágica como de María no son obligaciones, sino oportunidades que se te presentan y que puedes aceptar o no, nadie te obliga. María es una persona muy especial, capaz de hacer feliz a cualquier hombre. Vuelve a Italia, piensa sobre esto y decide. Tienes treinta días, después deberás darme una respuesta.
- Muy bien Señor Chang, le responderé antes de un mes. - Dijo Aníbal, más por sentirse libre de abandonar la conversación y la tienda, que por convencimiento.
- Un último favor, déjame por favor tu dirección y tu teléfono por si hiciera falta llamarte... Aquí tienes mi tarjeta.
De vuelta a Italia, Aníbal volvió a reencontrarse con las situaciones que le resultaban conocidas. Durante la primera semana estuvo tranquilo, puesto que en ningún momento dudó que rechazaría la propuesta de aquel anciano.
Pero pasados unos días comenzó a sentir que su vida estaba realmente vacía. Tenía un buen empleo que muchas personas en el paro desearían, pero ¿le satisfacía realmente? Sus padres ya no vivían y no tenía hermanos. Sus familiares le caían bien, pero casi no tenía contacto con ellos. Tenía amigos, lo pasaba bien con ellos, pero podía recordar también muchos momentos de soledad. No tenía aficiones especiales, ni proyectos, ni nada que no fuera trabajar y poco más, ver la televisión, alguna cita, etc. Quizá necesitaba un cambio, algo que llenara y diera sentido a su vida.
Por otra parte, nunca hasta ahora había pensado que fuese necesario darle un sentido a la vida.
Acudió a uno de sus amigos, en busca de consejo. Le relató con todos los detalles lo ocurrido en la tienda del anciano chino y su hija.
- No serás el primero que va a uno de esos países y se enamora perdidamente de la sonrisa de una cara bonita. - Fue el primer comentario que le hizo su amigo sonriendo, una vez acabado el relato.
Sobre lo de la Tela Mágica, su amigo sugirió dos opciones, o había bebido más de la cuenta o le habían gastado una broma. Era imposible que pudiera ser real.
Aníbal decidió no volver a contar a nadie más lo sucedido en la tienda de Bangkok.
Después de dos semanas en Italia, los conflictos internos se acentuaron. Por una parte, sentía que su vida carecía completamente de sentido. Toda la rutina diaria le resultaba cada vez más pesada y vacía. Por otro lado, deseaba creer que todo lo que escuchó de labios del anciano chino en la tienda de Bangkok era cierto y que su vida sería mejor si aceptaba el compromiso de cuidar la Tela Mágica. Sin embargo no terminaba de poder aceptar aquello como una realidad.
En los días siguientes las dudas fueron creciendo. Por la mañana creía que aceptaría y por la tarde pensaba que lo mejor era lo contrario. Un día estaba convencido de algo, y al día siguiente creía que eso era un completo error.
Cuando faltaban tan sólo siete días para la fecha límite, Aníbal creyó que ya podía tomar una decisión. Iría a Bangkok y aceptaría ambos compromisos. Pensó que ya era hora de comportarse como una persona mayor. La vida le estaba proporcionando buenas oportunidades, sin pedir apenas nada a cambio, y él no hacía más que poner pegas. Pensó que quizá debería reservar ya su plaza de avión, avisar en su trabajo, despedirse de sus amigos y preparar un sinfín de cosas. Inmediatamente llamó a la agencia para reservar el billete a Bangkok vía Roma. Después llamó a su jefe y le informó que dejaba el trabajo, que preparase los papeles necesarios para el día siguiente, llamó a sus principales amigos y familiares más cercanos. Todo el día estuvo desplegando una actividad intensa de preparativos para su marcha. Además se sentía seguro, sentía que estaba haciendo lo mejor para él, para María, para la Tela Mágica e incluso para el anciano señor Chang.
Lo que no pudo imaginar es que por la noche, durante la cena en su casa, solo consigo mismo, el miedo volvió a apoderarse de él. Intentó controlarlo, pero cada vez era más intenso. Sentía que se estaba equivocando. Sí, estaba seguro de que todo era una equivocación. Debía cancelar el billete de avión. Le constaría una penalización... la pagaría. Su trabajo, su jefe, eso sí le preocupaba. No había firmado nada, pero qué le diría al día siguiente. No se había presentado en su trabajo sin justificación y además le había pedido la baja. Aunque su jefe fuera comprensivo, su imagen quedaría dañada por aquello. Sus amigos, sus familiares ¿qué les diría? Eso era fácil, les diría que todo había sido una broma. ¡Ojalá pudiera salir de todo aquello sin demasiados perjuicios!
Bueno debía dormir y al día siguiente desharía todo lo hecho en el día de hoy.
Se despertó a las diez de la mañana. Se dio cuenta de que tampoco aquel día podría ir a trabajar, era ya demasiado tarde. ¿Cómo es posible que se hubiera visto arrastrado hasta este lío?
En ese momento sonó el teléfono. Pensó que le llamarían de su trabajo o quizá alguien preocupado por él. En los últimos días había notado que sus amigos le miraban de forma extraña. Descolgó el auricular y escuchó una voz que reconoció inmediatamente.
- Hola Aníbal, soy María. Espero que no te hayas olvidado ya de mí. - Bromeó.
A pesar de las dudas anteriores, Aníbal se sintió agradablemente sorprendido.
- ¡María! ¡Qué alegría me da escuchar tu voz!
- Gracias. Mira tengo que hablarte de un tema delicado y no sé muy bien cómo decírtelo.
- Ya sé, María. Llamas para saber cuál es mi decisión. Todavía...
Pero María le interrumpió.
- No, llamo porque hoy por fin he sabido cuál era la petición que mi padre te hizo. Todos estos días he estado intentando que me dijera qué te había propuesto. El se negaba a revelármelo, pero yo tenía la determinación de saberlo y hoy él cedió.
- Yo estaba convencido de que lo sabías.
- Nunca le hubiera permitido que intentase comprometerte de aquel modo, si lo hubiera sabido.
- ¿Por qué?
- A pesar de que nos llevamos bien, mi padre tiene una forma de pensar y yo otra completamente distinta. Quiero pedirte disculpas y además deseo que sepas que puedes aceptar la Tela Mágica sin más compromisos. Si lo haces, será bueno para tu vida. Además, puedes vivir en Italia si lo deseas. Cuidar de la Tela Mágica no te obliga a nada más.
- Yo también deseo decirte algo. ¿Sabes? Todos estos días he estado recordando aquellas dos horas que pasé en la tienda con vosotros. Tu y yo casi no cruzamos palabras, pero recuerdo cómo me sentía cada vez que te miraba...
- Bueno, a mí también me agradaba tu presencia.
- Me hubiera gustado tener tiempo para conocerte. Es una lástima que tuviera que marcharme al día siguiente. Lo hubiéramos pasado bien...
- Seguramente... Aníbal, tengo que colgar. Tengo clientes que me esperan en la tienda. Adiós.
- Adiós. - Pudo apenas decir Aníbal.
De repente se sintió mal. Si María había llamado era seguramente porque ella no deseaba que cumpliera el segundo compromiso. Significaba que quizá no le agradaba, o también podría querer decir que ella estaba ya comprometida con otra persona y lo había ocultado a su padre.
Había estado tan preocupado por todo aquello, que no se había dado cuenta de que tenía un cierto sentimiento hacia María. Sí, le agradaba estar con ella. Pero... no era posible ¿Cómo puede alguien enamorarse en tan poco tiempo y en esa situación tan extraña? Y enamorarse, ¿no es siempre extraño? ¿Qué sucede cuando alguien se enamora? ¿Qué conjunto de inexplicables transformaciones físicas, químicas y mentales se producen en el interior de una persona cuando se "despiertan" los sentimientos hacia otra?
Debía hablar con María y ver si ella compartía los mismos sentimientos. Dicho y hecho cogió el teléfono y marcó el número de la tienda.
- ¡Hola María!
- ¡Hola Aníbal! No pensaba que hablaríamos de nuevo tan pronto. ¿Quieres hablar con mi padre?
- No, he llamado para hablar contigo.
- ¿Sí? ¿Y de qué quieres hablar?
- María... en realidad no sé que decirte. Simplemente me he sentido mal cuando has colgado el teléfono.
- Tenía clientes esperándome, tenía que atenderles...
- No, no me sentía mal por eso.
- ¿Qué era entonces lo que te sucedía?
- Cuando has colgado he empezado a sentir que te echaba de menos...
- Pero si apenas me conoces...
- Eso mismo me he dicho yo.
- Aníbal, creo sinceramente que toda esta situación te ha confundido. Todo ha sido tan rápido... Acepta la Tela Mágica y vive una nueva vida. Del segundo compromiso ya te he dicho que estás liberado.
- María, para mí la Tela Mágica no significa nada en este momento. No puedo desear lo que no conozco. Casi estoy convencido de que lo que me dijo tu padre es cierto, pero a mi no me importa demasiado.
- Tampoco estás obligado a aceptar ese compromiso.
- Si desease... si desease ir a Bangkok y conocerte, salir contigo durante un tiempo hasta saber si... Bueno, si...
- Mira Aníbal. Me complace que te hayas fijado en mí. Tú también me agradas. Pero si realmente te interesaba ¿por qué has permitido que pasen más de tres semanas sin llamar?
- No lo sé. Bueno quizá hasta hoy, hasta hace un momento, no he sido consciente de que se habían despertado en mí determinados sentimientos. No es que no los tuviera, sólo que no me daba cuenta.
- ¿Cuáles son esos sentimientos?
- Ya sé que no es posible porque apenas nos conocemos, pero creo que tengo un sentimiento de amor hacia ti... creo... creo que te echo de menos. Todos estos días mi mente ha estado dando vueltas y vueltas a todo esto de la Tela Mágica. He estado creyendo que todas las dudas y el desorden mental se debían a la presión de aceptarla o no. Pero cuando hace unos minutos has colgado el teléfono, he sentido soledad... he sentido que me faltaba algo...
- Tú lo has dicho, apenas nos conocemos...
- Si hubiéramos tenido más tiempo... - Dijo Aníbal con cierta melancolía.
- Tienes todo el tiempo que necesites.
- Pero tu padre me dijo que sólo tenia treinta días.
- Pensaba que estábamos hablando de mí. - Bromeó María.
- No entiendo lo que quieres decir.
- Mi padre te dijo que tenías treinta días para decidir sobre la Tela Mágica. Pero sobre mis asuntos decido yo. No sé si eres el hombre de mi vida, pero estoy completamente convencida de que me gustaría tener la oportunidad de conocerte. Decidas lo que decidas sobre la Tela Mágica, yo estaré aquí, al menos durante un tiempo.
- ¿Quieres decir que si voy a vivir a Bangkok saldrías conmigo?
- No quiero comprometerte, ni tampoco prometerte nada. No sé lo que va a pasar con nosotros... no sé si alguna vez existirá un nosotros... por el momento es tan sólo una posibilidad...
Dos días después Aníbal tomó el avión y voló a Bangkok. Había decidido aceptar la Tela Mágica. Sin embargo, lo que realmente le ilusionaba y en lo que pensó durante todo el viaje, era en volver a encontrarse con María y tener la POSIBILIDAD de descubrir el amor junto a ella.
Sus amigos de Italia dicen que le va bien, que ahora lleva un negocio de telas en Tailandia y que vive con una mujer china.